EMPATE DE LOCAL CONTRA LOS PUTITOS DE PARQUE POQUITOS

 Un 0-0 mentiroso; un típico clásico del fútbol argentino que salió bueno aunque se jugó poco; un resultado justo aunque uno (San Lorenzo) dominara 60 de los 90 minutos e hiciera más méritos para ganarse el cielo. Pero parte del encanto de esta historia fue que el que estaba para perder casi lo gana, en un final de locura quizá inesperado por cómo comenzó la tarde 

 San Lorenzo se hizo cargo del deseo de ganar, aunque no le sobre nada, sobre todo a la hora del desequilibrio fino que gana partidos. Aún con esas dificultades, el Ciclón tuvo momentos en los que pudo arrinconar a Huracán y complicarlo desde la presión de Gordillo, la zurda interesante de Martegani (lo mejor de la tarde) y los piques de Cerutti. El Pollo fue, evidentemente, la principal arma de Troglio para encontrar los pocos huecos que dejaba el fondo del Globo, que en general respondió bien en la comodidad de la retaguardia. San Lorenzo no fue un canto al buen juego, pero con voluntad y sudor le puso onda a la tarde.

No es que al Ciclón se le cayeron las chances de gol de los bolsillos, pero al menos impuso el ritmo, aunque le faltó fútbol y área. Huracán jugó gran parte del clásico en una mitad de la cancha (la propia) y no pateó al arco en los primeros 45. Poco para ver, menos para rescatar.

A San Lorenzo le faltaba compañía para Martegani. Por eso Troglio mandó a Orti a la cancha y sacó a un Fernández Mercau improductivo. Y en la primera que tocó el Gordo lo dejó solo a Blandi, que no convirtió por milímetros. Los cambios de Pedro dieron resultado: Martegani, más cerca del área, empezó a hacer más diferencia. Habilitó magistralmente a Centurión (de mejor segundo tiempo) que convirtió pero estaba en offside por una uña.

Ese San Lorenzo más ofensivo del último tercio del partido dejó espacios que Huracán intentó aprovechar. El partido entró en una dinámica de área a área, pero el cansancio empezó a cobrarle peaje en un Ciclón que había hecho el gasto y se notó. Recién ahí, con las sombras ganando los últimos rincones del Gasómetro, Huracán se plantó un poco más lejos de su arquero, y de poder perderlo casi lo gana (Ibáñez lo tuvo entre mil piernas y Candia, con ese mano a mano que salvó Torrico), pero en la última fue Marcos Díaz el que se disfrazó de héroe ante Leguizamón, dejando la piel, literalmente. Los dos se fueron con la espina de haberlo podido ganar, señal que el empate no estuvo tan mal.

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